jueves, 8 de noviembre de 2012

Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?
Mateo 16:25-26

¿Qué hacemos de nuestra vida?

Un padre preguntó a su pequeño hijo: Pablo, ¿Qué te gustaría recibir el día de tu cumpleaños? Un caballo, respondió rápidamente el niño. ¿Un caballo de peluche? No. ¿De madera? No. ¿De plástico? No. ¿Entonces de qué? De caballo.
Y si alguien me preguntase a mí qué deseo para mi vida, ¿Qué respondería? Quiero una vida que tenga sentido, plena, interesante. Pero, ¿Qué es una vida que tenga sentido? ¿Una vida llena de riquezas materiales o marcada por el éxito profesional? No. ¿Una vida llena de placeres? No. ¿Entonces qué? Una vida que valga la pena ser vivida.
Jesús dijo algo muy extraño: “El que quiera salvar su vida, la perderá” (Marcos 8:35). El que se aferra con todas sus fuerzas a su vida, quien quiere disfrutarla lo máximo posible, vivirla como quiera, entonces la perderá. En cambio, el que pone su vida en las manos de Jesús, la recobra nueva y aumentada, porque tiene un encuentro con el Hijo de Dios, quien da la vida y cuida de ella. Entonces cada día de la semana, del domingo al sábado, todo su existir estará animado por la vida de Cristo, y así se vuelve fructífero, lo cual no significa que sea una vida fácil, sin pruebas, sino que lleva fruto.

“El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23).

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