viernes, 20 de enero de 2012



Una Gran Fe (Lucas 7:1-10)
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        Un centurión romano, un pagano, tenía un esclavo paralítico que sufría mucho. Sin duda había hecho todo lo posible para curarlo, pero sus esfuerzos habían sido en vano; el hombre iba a morir. El centurión oyó hablar de Jesús y envió algunos ancianos de los judíos para que le rogasen que viniese a salvar a su esclavo (v.3). No se atrevía a ir él mismo porque temía molestar a alguien tan importante. El Señor apreció esa humildad y dijo: “Yo iré y le sanaré” (Mateo 8:7). Cuando se acercaba a la casa, el centurión envió a su encuentro unos amigos para que le dijesen: “No soy digno de que entres bajo mi techo; pero di la palabra, y mi criado será sano” (v. 6-7).

       Sólo necesitaba que dijese una palabra, nada más, pues discernía que en Jesús estaba tanto el poder como el amor. Jesús admiró esa actitud y declaró que incluso en Israel no había hallado una fe tan grande. “Al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo” (v. 10).

       Jesús admiró a ese hombre. La confesión que hacía de su indignidad, la certeza de que en Jesús estaban el poder y el amor para satisfacer sus necesidades y su fe en una sola palabra fueron recompensados. Jesús le dijo: “Como creíste, te sea hecho”. “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). 

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